Hoy celebramos con gratitud a nuestra Virgencita de Coromoto, madre que se acercó con ternura a quienes aún no conocían a Dios. Ella no vino a imponer, sino a invitar. No quiso cambiar al cacique, solo deseaba que él y su tribu se bautizaran, que conocieran el amor de Dios en comunidad.
Muchos de nosotros estamos vacíos por dentro: vacíos de humanidad, de compasión, de esa capacidad de convivir y entender que el otro no es igual a mí, pero merece el mismo respeto y amor. El mundo necesita recuperar eso: la humanidad.
Dios nos llama a desaprender para poder aprender. Nos quiere encontrar en familia, en comunidad, en el trato sincero y fraterno. No se trata de cambiar nuestra esencia, sino de vaciarnos de lo que no viene de Él: la codicia, la mentira, la envidia, el egoísmo. Solo así podrá llenarnos de lo bueno: la gracia, la paz, la bondad.
Todos debemos transformar aquello que nos impide encontrarnos con Dios. A veces cuesta soltar lo que creemos que nos da libertad, como le costó al indio separarse de sus costumbres. Pero cuando la Virgen se le apareció, él la llamó “la bella señora”, porque la vio con ojos de amor, con ojos de Dios.
Ser hijos de Dios nos da identidad, nos da un reino, un Padre y una Madre que nunca mueren. Él nos recibe aquí y allá, en cada paso, en cada caída, en cada regreso.
Si Dios te llena de gracia, esa gracia debe compartirse con el hermano, sin importar su origen, su historia o su forma de vivir. No podemos apartarnos de la humanidad solo porque deseamos que los demás vivan como nosotros. Dios quiere que asumamos lo que venga, con fe y con amor.
Tratémonos bonito. Todos tenemos olor a santidad. Dejemos huellas de bondad en la vida de los demás. El mundo está lleno de corazones deshumanizados. Hoy, más que nunca, necesitamos aprender a tratarnos como familia.
Valentina Rodríguez
Pastoral de Comunicación
Parroquia Nuestra Señora de Coromoto de Quebrada de Cúa