En algún momento de tu vida vas a tener que hacerte una pregunta incómoda, pero necesaria:
¿Te da más miedo fallar por intentarlo… o fallar por quedarte quieto?
Porque, seamos honestos: vas a fallar igual.
La diferencia está en cómo fallas… y para qué.
No importa cuánto te prepares, cuánto leas, cuánto planees:
✅ Te vas a equivocar.
✅ Vas a tomar decisiones que no salen como esperabas.
✅ Vas a sentir frustración, dudas, y hasta ganas de rendirte.
Y eso está bien.

Lo que no está bien es quedarte paralizado esperando “el momento perfecto”.
Porque no hacer nada también es una decisión… y también tiene consecuencias.
Cuando no te mueves por miedo a equivocarte:
✅ Te quedas en el mismo sitio.
✅ Pierdes tiempo que no vuelve.
✅ Te conviertes en espectador de tu propia vida.

Y lo peor: te empieza a perseguir esa pregunta que pesa más que cualquier error:
¿Y si me hubiera atrevido?
Ese tipo de arrepentimiento no se va.
Se queda contigo.
Te visita en silencio.
Y te recuerda que no hiciste nada.
En cambio, cuando fallas por actuar —como todo ser humano— pasa algo distinto:
✅ Aprendes más rápido.
✅ Te llevas experiencia que nadie te puede quitar.
✅ Te acercas, aunque sea un poco, a lo que realmente quieres.

El problema es que no lo ves así.
Ves el fallo como un retroceso, cuando en realidad es información valiosa para mejorar.
Piensa en esto:
El fracaso por no hacer nada te deja igual o peor.
El fracaso por actuar te deja más fuerte, más sabio, más preparado.
Entonces… ¿cuál prefieres?
Porque la pregunta no es si vas a fallar.
La pregunta real es: ¿Qué tipo de fracaso estás dispuesto a aceptar?
Porque solo uno te acerca a la vida que sueñas…
Y el otro te aleja de ella.

“No es que las cosas sean difíciles porque no nos atrevemos; es que no nos atrevemos porque son difíciles.”
— Séneca
@adogel