La profunda transformación de San Francisco de Asís pertenece a una de las figuras más queridas e intrigantes del cristianismo. Hijo de un rico comerciante de telas de Asís, pasó de ser un joven de buena posición a un radical de la pobreza, inspirando a innumerables cristianos a lo largo de los siglos a renunciar a las posesiones mundanas y a buscar la vida de sencillez que él ejemplificó y que sus discípulos imitaron.
Comencemos por el principio, imaginemos a un joven Francisco.

La transformación de San Francisco comenzó a sus 20 años. Después de un breve período como soldado y un encarcelamiento, experimentó un despertar espiritual. El momento más crucial ocurrió en la iglesia en ruinas de San Damián, donde escuchó a Cristo hablarle desde el crucifijo: “Francisco, repara mi iglesia“.
Al principio, Francisco tomó esta orden al pie de la letra y vendió algunas telas de su padre para reparar la iglesia. Este acto de desafío condujo a un enfrentamiento muy fuerte con su progenitor en la plaza del pueblo de Asís. Allí, Francisco renunció públicamente a su herencia, incluso hasta la ropa que llevaba puesta, despojándose simbólicamente de sus ataduras mundanas.

Impulsado por un profundo sentido de empatía y compasión por los marginados, esta decisión radical de vivir una vida de pobreza no solo transformó su propia existencia, sino que sentó las bases de la orden franciscana, la cual fundó en 1209. Esta comunidad religiosa se dedicó a servir a los pobres y marginados, enfatizando la sencillez, la caridad y la armonía con la naturaleza.
San Francisco veía la aceptación de la pobreza como una forma de imitar a Cristo y liberarse de las distracciones de las posesiones materiales. Su famosa oración, la Oración de la Paz (“Señor, hazme un instrumento de tu paz“), resume su filosofía de servicio desinteresado por completo.
Tenía una profunda conexión con la naturaleza y defendía el bienestar animal. Su Cántico del Sol es una obra maestra poética que refleja su profunda reverencia por el mundo natural y todas sus criaturas.

Su humildad, bondad y devoción inquebrantable a Dios sirven como testimonio perdurable del poder de la compasión y el altruismo.
Un acontecimiento extraordinario que le ocurrió a Francisco fue en septiembre de 1224, dos años antes de su muerte, cuando Francisco recibió, según relatan sus seguidores, las marcas corporales que correspondían a las heridas de Jesús crucificado: los estigmas.
La vida de pobreza voluntaria de San Francisco y su gestión dejaron una huella imborrable en el cristianismo. Su ejemplo sigue inspirando a las personas hasta el día de hoy, impulsándonos a reflexionar sobre nuestra relación con las posesiones materiales y nuestro compromiso de servir a los demás. Al mismo tiempo, nos recuerda que la verdadera riqueza no reside en lo que poseemos, sino en cómo amamos y servimos, tal como lo enseñó Jesús. Porque Jesús es Dios, y con Dios siempre ganamos.
Maria de Fleury
Apostalado Mundial de la Virgen de Coromoto